Todo el mundo conoce ‘La gran ola de Kanagawa’ (神奈川沖浪裏), una apasionante ilustración del prestigioso Katsushika Hokusai, símbolo de toda una escuela de arte: la de los grabados o xilografías japonesas. Estos trabajos artesanales fueron en su momento muy útiles como medios de información, y más tarde se convirtieron en difusores esenciales del llamado japonismo en occidente.
Una ventana al conocimiento
Los ukiyo-e (浮世絵) fueron una consecuencia directa del florecimiento del arte en la época Edo, durante la cual Japón pudo disfrutar de la paz sin precedentes establecida en el dominio militar del clan Tokugawa (1603-1868). Su significado proviene de uki (flotante), yo (mundo), e (pinturas, imágenes). El ukiyo es un término de origen budista que representa la volatilidad, lo efímero de la vida humana.
Se reconocen, por ejemplo, a Iwasa Matabei (1578-1650) y Hishikawa Moronobu (1618-1694) como precursores de esta corriente, que originalmente se creó en China para después ganar sofisticación y personalidad en Japón. Las técnicas de pintura eran muy variadas, siendo los grabados sobre madera que popularizaría Moronobu las más identificativas.
Fueron los comerciantes quienes fomentaron la producción de los ukiyo-e debido a su próspera situación, en una economía regida por el shogunato que deliberadamente restaba poder adquisitivo a la casta samurái para evitar levantamientos militares. En este contexto, la difusión de ukiyo-e permitía dar a conocer por todo el país muchas de las costumbres y hábitos de la vida acomodada en un inicio, aunque posteriormente también ofrecían otras temáticas.
Un bien de consumo extensivo
Poco a poco, el precio de los ukiyo-e descendió y se convirtió en un producto de ocio más asequible, fabricándose en masa. Con ello, los intereses de los consumidores también se ampliaron. Las grandes obras arquitectónicas tenían su versión en ukiyo-e, los comercios encargaban grabados para publicitar sus productos, así como se utilizaban también con fines educativos. En definitiva, pasaron a formar parte de la vida japonesa con todas las de la ley.
Como suele ser habitual, el gobierno Tokugawa observó con cautela la creciente popularidad de los ukiyo-e, con temor porque pudiesen alterar el orden establecido. Los Tokugawa llevaban un control férreo del país en todos los aspectos, y en este caso decidieron proclamar una serie de leyes que imponían censura a lo que ellos consideraban inmoral o políticamente rebelde. Eso no impidió que algunos de los clientes más acaudalados solicitaran trabajos a su gusto fuera de las normas.
Un arte polifacético
Durante los dos siglos de la era Tokugawa, la producción de ukiyo-e ganó una riqueza excepcional. Prueba de ello son los ukiyo-e eróticos, llamados shunga. Estos grabados, al contrario de lo que pueden sugerir, no se creaban con fines onanísticos. Su objetivo en ocasiones era humorístico, exagerando el tamaño de los miembros y representando posturas imposibles; en otros casos se perseguía ilustrar la belleza de la unión, no necesariamente entre hombre y mujer.
En general, la gama de colores era muy limitada y se obtenía de mezclar distintos pigmentos con agua. En los grabados más sofisticados, se aplicaban baños de oro y plata con la finalidad de obtener brillo en la superficie, pero no era lo habitual. Por eso los artistas debían ingeniárselas para obtener una composición rica con pocos recursos.
No hay que subestimar el ukiyo-e como medio de transmisión de la cultura popular japonesa. Numerosos episodios de relevancia histórica en los que encontramos a los samuráis más honorables fueron grabados; el imaginario de los yokai que llega hasta nuestros días se popularizó gracias a las pinturas que les dieron vida; asimismo muchos de los antiguos viajantes a Japón recogieron la riqueza que allí presenciaron en forma de ukiyo-e para exponerla en sus países de origen.
Debemos mucho a los grabados japoneses. Gracias a ellos podemos conocer un sinfín de elementos de la época Edo, y apreciar el gusto artístico de una época verdaderamente interesante en la actualidad.