Efectivamente, no, no se trata de la Mononoke de Ghibli, sino de una de nuestras series favoritas y que sin dudar uno coloca en lo más alto del escalafón de la animación japonesa: Mononoke (モノノ怪), anime que surge como spin-off de Bakeneko, una de las historias contenidas en la serie Ayakashi: Japanese Classic Horror. Muchos de los que ahora leen este artículo ya conocerán al protagonista indiscutible de Mononoke, el misterioso boticario de extraordinarios poderes y singular apariencia que, armado con una espada muy poco convencional, se encargará de exorcizar a los demonios con los que nos iremos encontrando a lo largo de los doce capítulos que componen la serie.
Toei Studio lanzó Ayakashi: Japanese Classic Horror, de once episodios, en 2006, cuya historia Bakeneko recayó en Kenji Nakamura, quien también se haría cargo de la dirección de Mononoke como serie independiente, estrenada un año después, en 2007. Desde entonces, ha transcurrido ya más de una década, aunque, al igual que sucede con nuestro portentoso boticario, Mononoke parece no sufrir los avatares del paso del tiempo, pues se trata de una serie que, a nuestro entender, lo tiene todo para convertirse en un clásico imperecedero. Ambientada en un momento histórico indefinido, no obstante, parece abarcar una dilatada horquilla temporal, de manera que lo mismo nos encontramos en un hipotético período Edo que nos trasladamos a los primeros años de la era Shôwa.
Demonios, espectros, apariciones, mientras haya oscuridad en el corazón humano, nunca dejarán de visitarnos.
Exóticas sustancias que trascienden el papel de meros medicamentos capaces de sanar las dolencias del cuerpo; básculas que no miden el peso, sino la proximidad de ayakashi; una lluvia de ofuda que cobran vida ante la presencia demoníaca; conjuros que brotan de los labios del boticario y quedan envueltos en el velo del misterio, pues jamás alcanzan nuestros oídos y se desvanecen como volutas en el aire… Los doce capítulos de Mononoke se dividen en cinco casos de creciente intensidad y complejidad (Zashiki Warashi, Umibozu, Nopperabou, Nue, Bakeneko), a los que habrá de hacer frente el boticario, limitado en el uso de su mágica espada matademonios por tres paradigmas, sin cuyo conocimiento no puede desenvainarla: la forma (katachi) de un demonio, definida por los vínculos humanos y el karma; su verdad (makoto), el estado de las cosas; su razón (kotowari), el estado del corazón.
Si, en el plano argumental, descubrimos en Mononoke un anime impecable y de una calidad muy superior a la media, con historias que ponen de relieve la parte más oscura de la naturaleza humana —materializada en horrores y demonios—, a nivel gráfico resulta también inimitable. Entre fondos de texturas apergaminadas, encontraremos omnipresentes las alusiones al pintor simbolista austriaco Gustav Klimt (1862-1918), tanto en su más representativa obra, El beso —que adivinamos reflejada en el caso de Umibozu—, como en los dorados que, sobre todo, pueblan el momento de la transformación que sufre el boticario al revelar su verdadera naturaleza sobrenatural.
Asimismo, hallaremos también, entre alusiones a los grandes maestros del ukiyo-e y a clásicos literarios, metáforas visuales que rozan lo sublime y se acompañan en todo momento de un característico horror vacui cromático, convertido en sello indiscutible de la serie. Una apuesta visual que, sin duda, no deja indiferente.