Quaterni nos descubre una singular autora prácticamente desconocida en Occidente a través de una de sus obras más personales, que, pese a su brevedad, sacudió conciencias al erigirse en piedra de toque crítica de algunos de los aspectos que estremecieron a la sociedad japonesa del primer tercio del s. XX, como el feminismo, la occidentalización y el suicidio.
La grulla doliente
Autor: Kanoko Okamoto
Editorial: Quaterni
Género: Narrativa autobiográfica, novela en clave, diario
Año: 1936 (JP), 2018 (ES)
Como bien apunta Javier Camacho Cruz, traductor y prologuista de La grulla doliente, esta no es una lectura apta para todos los públicos. Sin embargo, a pesar de estar dotada de unas características tan peculiares, esta obra, a medio camino entre el diario personal y la crónica autobiográfica, tiene un valor excepcional, pues nos aproxima a una de las figuras más sobresalientes de la literatura japonesa, Ryûnosuke Akutagawa, desde la peculiar perspectiva de una de las escritoras niponas contemporáneas más incomprendidas y desconocidas. “Pueril, malencarada, casquivana, mentirosa, indecorosa, petulante, egoísta, narcisista […] genio inmadura, taciturna, impulsiva, melancólica, fantasiosa, diligente, egocéntrica, arrogante, displicente y maniática”[1]… estas y otras perlas adornan la personalidad de Kanoko Okamoto, que se presenta ante nuestros ojos como un espíritu excéntrico y malinterpretado por la sociedad que le tocó vivir, que la sepultó injustamente en el olvido.
«Solo un momento,
solo los dos,
solo mirándonos en silencio muero de ardor».
Con el nombre de Kano Ôkuni, nuestra autora vino al mundo el 1 de marzo de 1889 en Tokio en el seno de una familia acomodada que la colmó de caprichos y le ofreció una cultivada educación que la llevó, con el tiempo, a entrar en contacto con lo más granado de la sociedad literaria de su época, como Akiko Yosano, Jun’ichirô Tanizaki (con quien no faltaron roces y rencillas), o el propio Yasunari Kawabata, que jugaría un papel crucial en la primera publicación de La grulla doliente. A pesar de ello, el barroco estilo de Kanoko, proclive al individualismo y al esteticismo, así como su obsesión por la belleza, la maternidad y la tragedia desde la perspectiva personal, la alejaron de la popularidad entre los círculos literarios contemporáneos, más propensos y atentos a los profundos cambios sociales y políticos de la época.
En 1908 conoce al ilustrador Ippei Okamoto, con quien contrajo matrimonio en 1910, ya encinta de su primogénito Tarô, futuro y prolífico artista de la vanguardia nipona. La unión, no obstante, terminó en estrepitoso fracaso (si bien no en divorcio) debido a los complicados caracteres de los cónyuges, la vida disoluta, las relaciones extramatrimoniales, las penurias familiares y un largo etcétera que pueden dar idea de la escabrosa y novelesca vida de Kanoko.
Dejando a un lado lo personal, la fecunda carrera literaria de Kanoko Okamoto puede dividirse en tres etapas: poética (1907-1927), ensayístico-novelesca con influencia budista (1928-1936) y novelística (1936-1939). Si su segunda etapa vino desencadenada por un encuentro con Ryûnosuke Akutagawa en febrero de 1927, del que más adelante hablaremos, su último período, breve pero prolífico, y que le granjearía sus mayores éxitos, se abre, precisamente, con La grulla doliente, que ejerce de punto de inflexión en la que será la recta final de la vida de la autora, que, tras su regreso de su periplo europeo (1929-1932), y ya con la salud muy deteriorada, fallecería el 18 de febrero de 1939, a la temprana edad de cuarenta y nueve años.
Publicada por primera vez en la revista Bunkakukai en junio de 1936 gracias a la intercesión de Kawabata, La grulla doliente levantó ampollas entre la crítica literaria de su tiempo. La obra, brevísima novela de autoficción narrada en primera persona a modo de diario casi en exclusividad, nos traslada de manos de su protagonista, Yôko, trasunto de la autora, al verano de 1923, cuando la familia Okamoto coincidió en un ryôkan de Kamakura con Ryûnosuke Akutagawa durante las vacaciones estivales, poco antes del gran terremoto de Kantô. En aquel entonces el escritor todavía no había dado muestras de su enfermedad, y, con detalle fotográfico, con extraordinaria sensibilidad y minucioso detalle, Kanoko nos transporta a los momentos compartidos con el genio, ese Sônosuke de La grulla doliente, vinculado a ella por una especial y difícil relación que navegaba entre el amor y el odio, con altibajos y encontronazos, con reencuentros y conexión espiritual.
No obstante, no solo reconoceremos a Akutagawa y a su amante, Shigeko Hide, en la páginas de esta breve novela de Kanoko Okamoto, pues también hallaremos en ella reflejados en clave a su marido Ippei, a Yasunari Kawabata, a Kan Kikuchi, a Jun’ichirô Tanizaki y a su cuñada y amante, Seiko Wajima, o al pintor Ryûichi Ôana. Así, con una sutileza descarnada y sincera y una desgarradora lucidez, la autora nos sumerge en profundidad en la rememoranza de aquel estío indeleble, que desgrana con minuciosidad de orfebre.
“… por encima de aquel Sônosuke que hablaba de arte o literatura, cuán inocentes y nostálgicos eran esos otros Sônosukes que segregaban matices a soledad y tristeza humana.”
Cuatro años después de aquel verano en Kamakura, en 1927, Kanoko se reencontraría con un terrriblemente desmejorado Ryûnosuke Akutagawa en un tren con destino a Atami, en donde la autora se disponía a pasar unos días. Esta sería la última vez que conversaran, pues que en julio de ese mismo año Akutagawa se quitaría la vida. Kanoko quedó tan profundamente impresionada por aquel último encuentro que los sentimientos acumulados, transformados en amargo remordimiento, la impelieron a escribir La grulla doliente, solapada crítica a la sociedad y un tributo imborrable a la figura de Akutagawa, metáfora de esa grulla sufriente, a quien ella siempre terminaría asociando a los ciruelos blancos de Atami.
[1] Kanoko Okamoto, La grulla doliente, Madrid: Quaterni, 2018, pp. 11, 14.
Una idea sobre “Kanoko Okamoto: una mujer consumida por la pasión”