A poco que conozcas el mundo del anime te sonarán ‘Cowboy Bebop’ o ‘Samurai Champloo’. Son las dos primeras series que dirigió Shinichirō Watanabe, en 1998 y 2004 respectivamente, formándose con ellas un reconocimiento que se mantiene hasta nuestros días.
Nacido en Kyoto y con medio siglo a sus espaldas, Watanabe ha desempeñado múltiples labores en la animación japonesa. Ha dirigido, guionizado y producido varias series, películas y OVAs, siendo su tarea de dirección la más celebrada. Empezó como asistente en el estudio Sunrise, llegando a ser co-director del relanzamiento una importante saga de mechas (Macross), que cosechó muy buenas críticas en 1995.
Sólo tres años después pegaría el pelotazo con Cowboy Bebop, donde imprimiría su inconfundible estilo. Lo que a priori parecía una serie más de aventuras espaciales se convirtió en toda una ensalada de influencias y conceptos, haciendo de cada capítulo una historia prácticamente independiente e inesperada. A la ciencia ficción de fondo se le suman elementos del cine western, cierta estética detectivesca y una poderosa banda sonora de blues y jazz. La fusión de elementos tan dispares y tan bien conectados entre sí sería la firma que Watanabe dejaría también en algunas de sus próximas direcciones.
Acostumbrado a tomarse largos periodos de inactividad entre trabajos, en 2004 irrumpiría de nuevo con la serie Samurai Champloo. De nuevo volvió a hacer un ‘remix Watanabe’, alineando la estética hip hop, el género de samurais y la cultura de la isla de Okinawa. Samurai Champloo fue incluso más transgresora que Cowboy Bebop, introduciendo elementos tan variopintos como zombis o partidos de béisbol en cada capítulo.
Sin embargo, Watanabe sabe adaptarse y reinventarse también. Prueba de ello es Kids on the Slope, un anime completamente distinto a su registro habitual, trantando esta vez sobre colegiales, de carácter realista y sentimental. La dirección aquí se vuelve más sencilla, mucho más sobria y personal; su objetivo es resaltar la profundidad psicológica de los personajes, sin presumir de alardes estéticos. El resultado es sorprendentemente satisfactorio, aunque carece de la originalidad de sus otras obras.
Quizá por eso en 2014 decidió contraatacar con sus modos de hacer convencionales y atacar con Space Dandy, una space opera muy centrada en el humor. El destallismo visual de esta serie es espectacular; la imaginación y el colorido están a la altura del anime más exigente. Tiene algunos capítulos muy experimentales en los que la dirección y el guión se fusionan de manera pocas veces vista en una serie de animación, esfuerzos reservados generalmente para las películas por tener más tiempo y presupuesto.
Su última serie también de 2014, titulada Terror in Resonance, tampoco deja indiferente. En esta ocasión se trata de un universo paralelo en el que Tokio está sumida en una serie de atentados terroristas, perpetrados por los protagonistas de la serie. Es de carácter más convencional pero sigue teniendo un trabajo de dirección notable, haciendo destacar un aura de misterio en una ciudad que, pese a ser actual, parece distinta, alterada.
Watanabe ha participado también en muchas otras producciones de animación como Mind Game, Animatrix o una subsaga de Lupin, por decir algunas de las más conocidas. Sin duda, es un creador con sello propio y cuyas series siempre se convierten en un fenómeno de masas en Japón, y cada vez más en occidente, pues es altamente valorado en Estados Unidos (siendo Space Dandy y Animatrix dos ejemplos de ello).
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