Así trasciende Evangelion su propia humanidad

Entre 1995 y 2021 hay 26 años de diferencia. 26 años en los que la humanidad se ha visto azotada por tantas revoluciones que resulta casi imposible enumerarlas. Un cambio esencial en la forma que tenemos los seres humanos de interactuar entre nosotros, de trabajar para nuestra sociedad, e incluso de hacer frente a una crisis sanitaria mundial. El humano de hoy es esencialmente distinto al de 1995, y nunca ha sido tan distinto tras un periodo de tiempo tan corto. La especie humana ha llegado a límites que ella misma no concebía, y ha tratado de adaptar su existencia a ellos. Por razones similares, Evangelion es hoy un conglomerado de ideas esencialmente distinto, evolutivamente incomparable, al que se dio existencia en 1995. Hideaki Anno, junto a su obra, ha trascendido sus propios límites, y los de su medio.

¡Este es un texto libre de spoilers!

Se ha escrito tanto y tan tendido sobre Evangelion, que cualquier redacción sobre la misma va a quedar irremediablemente incompleta. Este año 2021 hemos visto la luz de la última fase en la obra de Hideaki Anno, la última superproducción. Para el que no sepa de qué hablamos, esto es Evangelion 3.0 + 1.01: Thrice upon a time, la cuarta película de la tetralogía Rebuild of Evangelion, que a su vez es un reboot o retelling de la historia original, contada en la serie Neon Genesis Evangelion (que comenzase en 1995) y sus dos películas consecutivas, que culminan con The End of Evangelion. La versión corta de este lío es la siguiente: el autor de la obra ha querido expandir las ideas gestadas y darle un nuevo enfoque a la obra que confeccionaría años atrás. No vamos a explicar aquí las diferencias entre la-versión-nueva y la-historia-original, para eso ya hay muchos artículos sesudos.

Hay algo implícito en el argumento de Evangelion, y eso va de la mano con su autor. Hideaki Anno sufría depresión durante gran parte de la gestación de la obra, y en ella quedan reflejado gran parte del sufrimiento y de la forma de ver el mundo, esa garra fantasma que le agarraba el corazón mientras pensaba en Shinji Ikari, Rei Ayanami o Kaworu Nagisa. Tanto en la serie como en las películas (especialmente en los filmes), el sufrimiento, los traumas y la omnipresente sensación de no encajar en el mundo, son rasgos que definen a muchos personajes. Esta característica quedó plasmada de manera muy explícita en los últimos capítulos de la serie Neon Genesis Evangelion, así como en la película The End of Evangelion. Teniendo esto en cuenta, ¿qué necesidad tendría Anno de volver a contar la misma historia? ¿de volver a remover en lo más hondo de su propia crisis existencial para transformarla al anime?

Esta ha sido una pregunta sin respuesta hasta ahora. Obviando una cantidad irreverente de matices y nuevos detalles sobre cómo se desarrolla el argumento, de cuántas referencias religiosas se han añadido al universo de la franquicia, nuevos personajes y eventos que suceden por primera vez, uno podría deducir que algo ha cambiado en la persona de Hideaki Anno para querer retomar el universo que él mismo cerró. Estímulos económicos aparte (no es ningún secreto que Evangelion da mucho dinero, y esta última película ha batido el récord de taquilla en Japón), estamos ante la redención de un creativo frente a su propia obra. A veces se nos olvida que las creaciones, en muchos casos, son testimonios de su autor que se quedan congelados en el tiempo. La obra queda inmaculada con el paso de los años, pero la persona que hay detrás de ella sigue evolucionando y madurando. En este caso particular, además, Evangelion ya era un nombre de culto cuando en 1997 dio a luz el cierre del argumento original.

Thrice Upon a Time es una película como nunca se ha visto antes. Fuera del universo de Hideaki Anno, lo único que se me viene a la mente para comparar el impacto de este nuevo filme es Akira. Todas las expectativas que pueda tener un espectador van a ser probablemente machacadas por la brillante creatividad y aplastante valentía de la que hace gala esta producción, puesto que no solo vuelve a cerrar la historia que empezó en 1995, sino que además, no lo hace de forma incompatible con el cierre que habíamos presenciado en 1997, pero al mismo tiempo atribuye un significado diferencial. Es la culminación de 26 años de evolución de una obra, de una sociedad, de un autor y de su condición psicológica. El simbolismo y metanarrativa alcanzan niveles más allá de la estratosfera, muchos de los cuales escapan al espectador promedio; y sin embargo, todo queda perfectamente atado y resuelto. El espectador, cuando corren los créditos, sabe lo que ha visto, sabe cómo ha llegado hasta ahí, pero solo cuando hace un importante ejercicio de abstracción es capaz de encontrar miles de significados adicionales.

El espectáculo audiovisual orquestado por Studio Khara, además, ha sido imprescindible para que el mundo surreal ideado por el autor llegue a buen puerto. Hablando en plata, hay imágenes en Rebuild of Evangelion que son difíciles de borrar de la retina: por ser bellas, por ser bizarras o por ser inexplicables, y a pesar de todo, comprensibles. Es de una habilidad extraordinaria cómo la película divide en dos el mundo real del mundo surreal, cómo utiliza determinadas estrategias pictóricas para hacernos entender que lo que estamos viendo sucede en la mente de un personaje, o en un plano que trasciende la realidad. Lo consigue, además, haciendo referencia a elementos de anteriores episodios de la franquicia que a veces se omiten, y cuyo resultado es un puzzle de elementos complicado de encajar.

La última vez que sentí tal fascinación mientras miraba una pantalla fue mientras veía The Return of Twin Peaks, una obra que guarda más paralelismos de los que parece con Evangelion, por su época, por su concepción y por su tardía reconstrucción/continuación, por parte de un autor que ya no era el mismo que un día la empezó. No saber describir lo que ves en la pantalla, pero al mismo tiempo saber lo que te quiere decir, es una magia que pocos saben hacer tan bien como Hideaki Anno y David Lynch. Saben llegar a escarbar en la intuición y la capacidad intelectual humana hasta unos niveles de profundidad que resultan escalofriantes. Estos son, a riesgo de equivocarme, autores que trascienden su propia humanidad a través de su obra, y nos llevan de la mano con ellos.

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