El autor, Alex Kerr, habiendo conocido el país oriental brevemente en su niñez, queda prendado por su gente y su cultura y decide, posteriormente, cursar estudios orientales (tanto japoneses como chinos) en la universidad. Su pasión por Japón se hace palpable cuando narra sus experiencias, que expresa con emoción.
El autor tiene especial interés por los entornos rurales y la conservación cultural, y cuenta cómo dedica mucho tiempo a buscar una casa abandonada en Iya, un pueblo en las montañas con el que tiene una obsesión de joven, y posteriormente en los alrededores de Kameoka. Entre medias, Kerr deja caer algunas anécdotas, como una en la que cuenta como una anciana se asusta al confundir al autor con un Kami de aspecto similar al suyo, en las escaleras de un templo, o como los habitantes de otro pueblo le ayudan a restaurar una casa, no sin cierta curiosidad por su aspecto. Estas simpáticas historias acompañan los datos culturales e históricos que va explicando y no sólo amenizan lo que podría ser un simple ensayo, si no que dan una perspectiva occidental, sin ser puramente turística, del país nipón.
No puedo ocultar mi entusiasmo por este libro ya que a diferencia de otros autores, incluyendo autores nativos, su pasión y admiración por la cultura japonesa no se ven contaminados por una máscara de excesivo positivismo. Por ejemplo, cuando algo es simple porque es pobre, así lo explica sin darle un halo místico más allá de la realidad, o intentar excusar dicha situación.
Una de las cosas que más me gusta son los consejos del día a día que explica de diferentes zonas de Japón. Por ejemplo, cuenta cómo la gente de Kioto es discreta y callada; el emisor de fuera tenía que averiguar algunos detalles implícitos en una conversación, pues el receptor kiotense no te dirá una respuesta directa. Kerr narra que le costó dos horas averiguar el precio por quedarse en un templo porque el abad no se lo decía, entre otras cosas. Describe incluso lo que podría llamarse en españa «una tapa», que los kiotenses llamaban «bocado y medio«.
Creo que uno de los mayores atractivos de este libro es la sinceridad del autor. «Pocas ciudades importantes del mundo desarrollado podrían igualar en falta de atractivo general de su paisaje urbano» comenta sin tapujos sobre Osaka. Sin embargo, también, describe la curiosa identidad moderna pero única que ha conseguido forjar a través de los años.
En definitiva, considero Japón perdido es una obra ligera, llena de anécdotas y datos culturales e históricos que sin duda resultan interesantes y ayudan a descubrir Japón con el ojo apasionado, pero crítico, de un occidental; la sensación que tiene uno tras acabar este libro es de haber hecho un largo viaje por el país nipón con un guía muy experimentado.