Takashi Hiraide es un autor tan desconocido como los protagonistas de su primera obra mundialmente reconocible. ‘El gato que venía del cielo’ o ‘Neko no kyaku’ es una novela asombrosamente humilde en la que -como ocurriese también en ‘Soy un gato’ de Natsume Soseki- un felino se convierte involuntariamente en el retratista de la sociedad japonesa.
Mi memoria evoca sin descanso la escena de cuando Chibi entró por primera vez en casa. A mediados de septiembre, el estado de salud del emperador, que había escupido sangre, empeoró bruscamente. El otoño de 1988 estaba muy avanzado y todo el mundo sentía el luto en el alma. Dentro del jardincillo de nuestra casa, separado del principal tan solo por una pequeña valla, había una base de cemento, construida para colocar una lavadora. Un mediodía resplandeciente se acercó, no sé exactamente en qué momento se coló por el minúsculo espacio que había quedado abierto en la puerta corredera, y sus cuatro deslumbrantes patas blancas se posaron sin vacilar sobre el cañizo del suelo inundado de sol. Exhibiendo una curiosidad digna de los de su especie que emanaba de todo su cuerpo, oteó traquilamente el modesto interior de la casa.
La vida de un joven matrimonio japonés dedicado a la edición y corrección de obras literarias parece transcurrir sin preocupaciones. El marido (y narrador) de la historia es un hombre reflexivo, en ocasiones entusiasta de la filosofía; si bien el enfoque de sus profudos pensamientos giran en torno a una vida mundana y ordenada. Lo que parecía un trámite más en su día a día, como es mudarse a una nueva casa, terminará transformando su vida y la de su mujer.
La nueva casa a la que se traslada la pareja es casi un cuadro impresionista, está rodeada de naturaleza, es bañada por la luz del sol a través de sus enormes ventanales y, para sorpresa de sus inquilinos, es elegida por un peculiar gato como su refugio particular. Chibi, el gato de los vecinos, parece sólo un invitado ocasional que se deja ver por las tardes. Sin embargo, pronto se convierte en algo mucho más profundo.
La relación entre el gato y sus dos anfitriones es la linterna que muestra los claroscuros de la vida en la casa. El sentimiento que aflora entre ellos se mueve entre el deseo de amor y el miedo a la soledad, dos emociones que guían, golpean y hacen evidentes las muchas vulnerabilidades de un hombre y una mujer que, por alguna razón, están casados.
La sensibilidad de la que hace gala Hiraide es tan bella como dramática, sin embargo, no es inmediata de detectar. ‘El gato que venía del cielo’ es una novela extremadamente pausada, en la que los silencios y las ausencias dicen más que las palabras y los sucesos. El lector se imbuye del día a día de los dos personajes principales, de los cuales ni se conoce el nombre, pero que sin embargo representan una humanidad indiscutible; reconfortante y desconcertante a partes iguales.
El éxito de ‘El gato que venía del cielo’ es ciertamente peculiar, sin embargo. Ha sido traducida a multitud de idiomas y sin tener ningún precedente de popularidad se ha convertido en un clásico instantáneo; tratándose de una novela de sensibilidad muy japonesa, es interesante ver cómo se ha colado en las estanterías de novedades de todas las grandes librerías. Algunos dicen que un gato en la portada y el título es un imán de ventas asegurado; otros abogan por que el entendimiento de las maneras japonesas en el resto del mundo permite este tipo de éxitos.
En mi opinión, esta no es una novela que pueda ser apreciada con la misma facilidad que sus acompañantes de estantería, léase best-sellers o novelas de corte más occidental. Sus múltiples aclaraciones a pie de página dan fe de ello; así como sus referencias la filosofía de pensadores como Maquiavelo o sus poéticas descripciones de estilo oriental, como los cambios de estación.
Éxito de ventas aparte, es una novela que, por su cantidad de matices y su corta extensión (poco más de 100 páginas) merece más de una lectura.