A pesar de que Edogawa Rampo escogió su seudónimo a partir de la “japonización” del nombre de Edgar Allan Poe, el autor nipón se ha alzado como un autor incomparable, único en el siglo XX, y que ha inspirado al mejor arte erótico-grotesco de nuestra época. «La bestia ciega» es una de sus más célebres novelas y goza del “honor” de haber sido censurada por él mismo debido a la crudeza de su narración.
Gracias a la labor editorial de Satori Ediciones hemos recibido en castellano numerosas obras de Rampo en los últimos años, entre las que podemos enumerar novelas como «La isla Panorama» y «La bestia ciega» o colecciones de relatos como «La mirada perversa». Cada escrito de este autor se mueve en una amplia gama de grises de lo políticamente incorrecto y en el caso de la obra que nos ocupa, podríamos decir que estamos en la tonalidad más oscura.
La narración de Rampo jamás se inclina hacia el morbo por el simple hecho de ser morbo, no; siempre hay algo que decir. «La bestia ciega» es un escrito que trata de llevar al lector hacia el lugar más incómodo de su imaginación utilizando como herramienta una excepcional prosa cargada de descripciones y situaciones excepcionales. El comienzo nos invita a pasar, a ponernos cómodos, con un relato de estructura más convencional donde se nos presenta a dos personajes: Ranko Mizuki, una celebrity de indescifrable belleza y un hombre ciego de nombre desconocido, que actúa de masajista impostor. Parece que la historia es simple. Villano y víctima, solo que con un matiz: la incapacidad de ver del villano es causa y efecto de sus crímenes, cuyo móvil incluye el sadismo más perturbador.
Pero la novela va mucho más allá de lo sucedido a Ranko Mizuki, y se transforma en una narración de estilo casi periodístico. El narrador se aleja de los protagonistas y relata los siguientes sucesos con la distancia y el suspense propios de la mejor novela de misterio. Pero, ¿cuál es el misterio? Las verdaderas intenciones de la denominada “bestia ciega”, cuyos engaños y retorcidos planes para dar a conocer sus crímenes están fuera de toda literatura convencional.
La bestia ciega es más que un villano, es un símbolo de los instintos humanos, una metáfora del subconsciente animal que, además, hace gala del más intrépido ingenio. Como personas somos presas del morbo, es decir, nuestra psicología tiene una predisposición hacia lo prohibido, lo incorrecto y lo inquietante. Un buen observador puede analizar fríamente nuestro comportamiento y llegar a la conclusión de que, en el fondo, somos seres básicos con atracción hacia estímulos muy concretos. Como el mejor de los directivos de marketing, Rampo aprovecha esta debilidad para crear su historia y llevar al género comúnmente llamando ero-guro a los niveles más exquisitos.
En otras palabras, la capacidad de Edogawa Rampo encuentra en esta novela un exponente capital. En realidad, es difícil decir si el magnetismo de la lectura está en lo grotesco de las situaciones que describe o en el desenlace de toda la trama, puesto que ambos objetivos están perfectamente encajados en cada capítulo. La tensión se acrecenta a cada página y obtiene un cariz extraordinario hacia el final, entre otros con un episodio de salvajismo tal que el propio autor decidió eliminarlo de las ediciones antiguas. Estamos ante una lectura inolvidable.
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