Yoko Ogawa es una de las autoras más populares de la literatura japonesa actual, y por eso sus obras han llegado a muchísimos países. Pero la novela que dicen que le aupó definitivamente a la fama fue ‘La fórmula preferida del profesor’ un relato sincero y sencillo en su profundidad.
La edición española de la obra va a cargo de Funambulista, de la original japonesa que data de 2003. Ogawa ha conseguido vender más de 2 millones de copias de su novela en su país de origen con un estilo que, francamente, es muy accesible, pero además con un contenido que incita a la reflexión y la valoración de las relaciones humanas.
La historia gira en torno a una asistenta que, cierto día, recibe el encargo de su empresa de servicios domésticos de atender a un señor mayor. La protagonista -de la que no se dice el nombre- acude al hogar señalado y encuentra algo que jamás podría imaginar. El anciano a su cargo perdió la memoria hace más de veinte años, y desde entonces, es incapaz de almacenar nuevos recuerdos durante más de 1 hora y 20 minutos. Para acotar el problema, viste su chaqueta con notas que le sirven de recordatorio.
La extrema dificultad para tratar con el anciano ha ocasionado que muchos asistentes hayan desistido de su cuidado, poniendo a la protagonista en una difícil tesitura. Cada día, cuando llega al hogar, el anciano ya la ha olvidado. Pero él, lejos de ser inconsciente de su limitación, hace todos los esfuerzos para llevar una vida lo más fácil posible tanto para él como para la asistenta, que es la única persona con la que se relaciona.
Y hay una tema principal en la novela: las matemáticas. El anciano es un eminente matemático que, pese a su pérdida de memoria, no ha perdido facultades intelectuales. «Las matemáticas son eternas«, por lo tanto, ofrecen un refugio infalible para él.
En la nota se leía: «Mi memoria sólo dura 80 minutos».
—¡No tengo nada que decir! —gritó de repente el profesor, volviendo la cabeza—. Estoy pensando. Que se me interrumpa cuando estoy pensando me duele más que si me estrangularan. Entrar así cuando estoy en pleno diálogo amoroso con los números es una falta de educación, peor que espiar en el cuarto de baño, ¿sabes?
Le pedí perdón una y otra vez con la cabeza baja, pero mis palabras no le llegaron. El profesor volvió de nuevo a mirar fijamente la mirada hacia un punto en el aire.
La novela está narrada en primera persona, retratando difícil situación del día a día entre la asistenta y el profesor de matemáticas. Y es que lo que comienza siendo una simple relación laboral, poco a poco se convierte en algo mucho más valioso y emocional. Hasta que un día, el profesor descubre que ella tiene un hijo. La demanda del profesor es clara: «los niños necesitan estar con su madres. Traiga a su hijo aquí todos los días».
La capacidad de Ogawa para transmitir los sentimientos entre los tres personajes es excepcional. Se convierten poco a poco en una atípica familia en la que el profesor de matemáticas juega un rol difícil de definir, pero que se adivina estimulante y, en cierto modo, fascinante para la asistenta y su hijo. Su amor por las matemáticas es un sentimiento que empieza a compartir con ellos, es una forma de expresión y de descubrimiento de cosas nuevas. No faltan en la novela las referencias e incluso las demostraciones matemáticas. A través del entrañable profesor se abre un mundo nuevo de posibilidades con los números.
¿Habla Ogawa de amor? ¿De amistad? Eso queda a interpretación del lector. E incluso, quizá ponerle nombre a la relación entre los personajes sea lo de menos. El grave defecto en la memoria del profesor hace que todo lo que ocurre entre ellos tenga un significado mucho más elevado. Porque lo que ocurrió hoy, mañana será olvidado. Y cuando las experiencias se olvidan, las emociones que conllevan también.