El ejército japonés se ganó el estigma de implacable y temerario en la 2ª Guerra Mundial, y en gran medida el gran responsable de eso es Takijirō Ōnishi, Vicealmirante de la Armada Imperial Japonesa.
Ōnishi llevaba una impecable carrera en las fuerzas aéreas antes de la 2ª Guerra Mundial. Considerado como uno de los altos mandos más polémicos y al mismo tiempo emblemáticos del ejército japonés, representaba los valores de la perseverancia y agresividad. «Sean acertadas o erróneas sus decisiones, nunca ha evadido su responsabilidad». Una frase que definiría su suicidio ritual.
El cuerpo aéreo japonés, al inicio de la guerra, era mucho más débil que el de su principal enemigo Estados Unidos. En aquellos momentos (1944), Takijirō Ōnishi tomó el control de la Primera Flota Aérea, cuyo deber era el de frenar la ofensiva estadounidense. Ante esa situación tan complicada y sin una solución aparente, Ōnishi dio una orden tremendamente controvertida. Nacieron los kamikaze.
Sólo hay una manera de asegurar que nuestra cuestionable fuerza sea efectiva en mayor grado. Esta manera cosiste en organizar unidades de ataque suicida compuestas por aviones de combate Zero, armados con bombas de 250 kilogramos, dirigiendo cada uno de ellos a estrellarse y hundir los cargueros enemigos.
Ōnishi no estaba totalmente satisfecho de su idea, y cuanto más se acercaba la ejecución de la orden, menos orgulloso se sentía. Muchos jóvenes japoneses, con familia, estudios y un futuro prometedor, morirían voluntariamente, en este comando denominado «ataque especial». Dio el siguiente discurso a los pilotos que se ofrecieron a sacrificarse, con palabras que denotaban gran emoción:
Japón está en grave peligro. La salvación de nuestro país está ahora más allá del poder de los ministros del estado, los generales del ejército, y comandantes de segunda como yo. Sólo puede atajarse por hombres jóvenes como vosotros. Así pues, por vuestros cien millones de compatriotas, os pido este sacrificio y rezaré por vuestro éxito.
Ya sois dioses, con deseos terrenales. Pero una cosa que querréis saber es que vuestro sacrificio no es en vano. Desgraciadamente, no os podremos comunicar los resultados. Pero yo estaré atento a vuestros esfuerzos hasta el final y reportaré vuestro acto al Emperador. Todos podéis estar seguros de ello.
Os pido que deis lo mejor de vosotros.
Poco más tarde, el Emperador Showa expresó una opinión diferente. «¿Era realmente necesario llegar hasta ese extremo?» cuestionó. Esta consideración afectó terriblemente a Ōnishi, una crítica demoledora a sus órdenes.
El 16 de agosto de 1945, el Emperador firmó la rendición de Japón, emitiendo aquel mítico discurso por radio. Pocas horas después, Ōnishi se realizó el suicidio ritual del seppuku. Esta manera de proceder ya formaba parte del ejército japonés; un valor sedimentado tras siglos de cultura samurai. En su nota de suicidio expresó su profundo arrepentimiento y pesar.
Deseo expresar mi profunda consideración a las almas de los valientes soldados del ataque especial. Lucharon y murieron con bravura y fe en nuestra victoria. En la muerte deseo expiar mi responsabilidad en el fracaso para conseguir la victoria, y disculparme por las almas de estos pilotos muertos en combate, así como a sus familias
Deseo que los jóvenes japoneses encuentren un significado moral en mi muerte. Ser temerario sólo sirve para dar apoyo al enemigo. Debéis de inspiraros en el espíritu de la decisión del Emperador con la máxima perseverancia.
Sois el tesoro de la nación. Con el fervor de espíritu de los caídos, luchad por el bienestar de Japón y por la paz a lo largo del mundo.
Takijirō Ōnishi