Durante siglos el concepto de familia ha evolucionado de manera muy variopinta en Japón, pero si hay algo evidente es que siempre ha tenido como modelo un reflejo de la clase gobernante, en particular, de la Familia Imperial japonesa.
La poligamia como tradición
Prácticamente durante toda la historia hasta el periodo Meiji, que un hombre contrajese matrimonio con varias mujeres era norma general. De manera similar a como ocurriese en Europa, el interés por mantener el nombre familiar y fusionar las riquezas eran las razones principales para que se concertara la unión matrimonial; habitualmente entre individuos de la misma sangre. Esta práctica fue particularmente extendida entre la nobleza, la clase guerrera (samurái) y la Familia Imperial.
La gente más pobre no siempre dispuso de las garantías de las élites; su finalidad era imitar a los estamentos más altos pero, al no existir una legislación o moral al respecto -como sí existiese en occidente mediante el cristianismo- el divorcio y la herencia en miembros de distinta sangre estaba a la orden del día. En efecto, se reconocía libertad de emparejamiento, entre otros factores. Las diferencias entre privilegiados y humildes eran considerables.
La Familia Imperial como guía espiritual
La Restauración Meiji (1868) y su ideario lo cambiaron todo. Había una necesidad imperiosa por reformular Japón desde sus cimientos para ajustarse a las nuevas potencias occidentales que llamaban a la puerta. Y en esa reformulación se incluía al modelo de familia. El Emperador era un hombre admirado, valiente y con las ideas claras: en sus apariciones se engalanaba de exquisitos trajes occidentales, representaba el máximo poder de la nación. En consecuencia, el hombre representaba el máximo poder de la familia, pero la poligamia fue eliminada, en un esfuerzo por parecerse a occidente.
Los escasos derechos de las mujeres fueron cercenados. La labor de la mujer era la de servir a la familia, traer descendencia y por cierto, perder toda potestad sobre ella: si se daba el divorcio -siempre a iniciativa masculina- la mujer perdía todo derecho sobre sus hijos. La familia además de una prioridad, ahora era prácticamente una institución. El auge del militarismo y nacionalismo antes de la Segunda Guerra Mundial sólo consiguieron profundizar estas reformas y capitalizar el éxito de la familia por encima de sus individuos.
Pero la catastrófica derrota en la guerra llevó a una nueva reformulación de la familia, y en parte fueron el Emperador Akihito y la Emperatriz Michiko quienes marcaron el ritmo. El actual Emperador ha sido el primero en practicar la monogamia e introdujo toda una serie de novedades en la Familia Imperial, que volverían a ser la referencia para la familia común japonesa.
El matrimonio por amor
Akihito decidió abandonar la tradición del matrimonio concertado y eligió a su pareja, una mujer con la que jugaba al tenis. ¿Había algo más chocante y sorprendente para el Japón de los 50 que ver a su próximo Emperador desterrando una costumbre milenaria? Como otras tantas innovaciones sociales, los japoneses lo interpretaron como un signo de progreso que debían de integrar en su modo de vida. En los 90, los matrimonios concertados japoneses ya prácticamente habían desaparecido.
Pero la Familia Imperial es mucho más que mera etiqueta. Michiko, por su parte, tomó el papel de ama de casa dedicada a las labores domésticas y los hijos. Que una mujer de alta cuna se dedicara a tales tareas, hasta entonces percibidas como vulgares, generó un nuevo modelo femenino de todo lo deseable en una mujer, que ya no era un simple apoyo familiar. Tenía un rol establecido esencial para la prosperidad de sus seres queridos.
La actualidad de la familia
Ocurre que durante estos últimos años, la familia encabezada por el Emperador Akihito ha saltado a la opinión pública japonesa otra vez, aunque en este caso es diferente. Establecieron un modelo que ahora ellos mismos ponen en cuestión y han vuelto a reinventar. Un ejemplo de ello son los príncipes Naruhito y Masako. Jóvenes, independientes y con una agenda personal demasiado dispersa como para formar un núcleo familiar unido. Lo que hasta ahora era armonía y compenetración ahora es disonancia e individualismo. Un ejemplo más: la retirada del Emperador del trono, que ha preferido levantar ampollas para cambiar la ley que mantener su labor simbólica hasta el final de sus días.
Las repercusiones sociales de este «anti-modelo» representan al nuevo Japón a la perfección. La mujer se abre paso en el mundo laboral al mismo tiempo que abandona la obligación de cuidar de sus hijos como principal prioridad; el hombre gana el derecho a levantar rol de pilar central de la familia. Tal y como señala con certeza el sociólogo Yamada Masahiro en relación a la retirada del Emperador, «está pensando en su propia final de forma que se pueda aligerar en lo posible la carga que supondrá para los japoneses, lo cual hace que el respeto y la admiración que ya sentíamos hacia su majestad sean todavía mayores».