En la librería Maruzen de Kioto, los libros comparten estanterías con los limones. ¿El limón? Es un fruto amarillo ácido, atractivo, con personalidad… al igual que el relato de Kajii Motojirō, que preside una colección de relatos única en su especie. Así son los escritos de Kajii Motojirō, autor eterno de las letras japonesas cuyo talento sólo se puede comparar con la precocidad de su muerte.
El limón
Autor: Kajii Motojirō
Traducción: Héctor Tortajada Bernal, Lisa Kobayashi
Editorial: Chidori Books
Formato: Digital
Año: Décadas 1920-30
Una noche vas caminando por la calle, en soledad, tratas de aislarte de lo mundano. La sensación de abandono, de hastío vital, te incita a buscar lugares o cosas que al menos por unos momentos, te acompañen. Encuentras lo profundo en lo trivial, como aquel callejón iluminado por la luna que te abriga con su penumbra, y piensas para ti mismo que este momento, tan tuyo, es excepcional. Sin embargo, no sabes bien por qué, no podrías explicarle a nadie el por qué de esa emoción. Este sentimiento ahogado es el que encuentras en los relatos de Kajii Motojirō.
Motojirō murió con tan solo 31 años de edad aquejado de una grave tuberculosis. No es tanto su temprano fallecimiento, más bien su lamentable vida la que le hizo madurar a pasos de gigante como escritor. Su reconocimiento, no sorprenderá a nadie, llegó tarde, pero llegó. Gracias a él hoy podemos apreciar, en la fantástica edición digital de Chidori Books, a un diamante en bruto del relato. Las doce historias que componen ‘El limón’ no están exentas de altibajos -como es natural bajo el contexto de este autor- aun conservando una narración brillante entre sí. Hay, sin embargo, una mayoría de relatos de alta calidad, entre los que se podrían destacar ‘El limón’, ‘Moscas de invierno’ y ‘El pergamino de la oscuridad’.
Me llevé el limón a la nariz varias veces para aspirar su aroma. Su lugar de origen, California, se abrió a mi imaginación. La frase «le golpeó la nariz» que había leído en el clásico chino La declaración del vendedor de naranjas se formó en la nube de mis pensamientos. Entonces, aspiré una vez más el dulce aroma con toda la fuerza que me permitieron mis maltrechos pulmones y sentí la tibieza de la sangre ascender por mis venas hasta la cara, despertando una suerte de vigor en todo mi cuerpo.
En la colección hay varios temas comunes entre los relatos, pero si hubiese que destacar uno, ese sería la angustia existencial. Tanto la enfermedad, como la soledad o el fracaso personal son cauces por los que los protagonistas de la obra -a menudo referidos como Takashi- expresan su desasosiego, y a través de él, toda una galería de imágenes de un lirismo extraordinario. Sucesos a priori insustanciales quedan tatuados en la mente del lector gracias a la extraordinaria habilidad pictórica de Motojirō, que utiliza a sus personajes como medios de expresión.
No sería extraño que el autor padeciese de depresión, y que aplicara la literatura como un bálsamo sobre sus heridas incurables. ‘El limón’ es en definitiva una obra muy personal; en su capacidad para ir más allá y expresar las desdichas a las que está expuesto el ser humano reside su maestría. Es ese tipo de prosa que te abriga y al mismo tiempo te da escalofríos. Como en otros autores de la misma época, en estos relatos también hay una importante huella de las duras normas sociales japonesas, exigentes y opresivas que terminan por destrozar a un corazón ya de por sí marchito.
¿Qué son las moscas de invierno?
Son moscas de caminar decrépito. Moscas que no huyen aunque les acerques un dedo. Esas que te hacen pensar que no pueden volar cuando, en realidad, sí lo hacen.
¿Dónde pierden su descaro y la odiosa agilidad que tenían en verano? Tienen un color negruzco borroso y sus alas están atrofiadas. Su vientre, donde antes hubo tripas repletas de inmundicia, está apergaminado como un cordoncillo de papel retorcido.
Leer ‘El limón’ es una oportunidad para entender un sentir distinto, especial, de un joven japonés en la era Shōwa. Esta época eminentemente bélica encerraba a un genio de la literatura cuya sensibilidad ha sobrevivido a la erosión como un pequeño arbusto del camino empedrado, que hoy se ha convertido en un árbol que contemplar.