Mujeres solas: la desolación del vacío en femenino

Hermida Editores vuelve a deleitarnos al incorporar a su catálogo Mujeres solas, de Takako Takahashi, singular e inconformista escritora nipona, que con esta obra nos ofrece una mirada caleidoscópica a la más oscura y amarga soledad encarnada en piel de mujer.

La autora

Takako Takahashi (1932-2013) nació en Kioto, en el seno de una familia acomodadad. Se graduó en Literatura Francesa por la Universidad de Kioto y, apenas finalizados sus estudios y todavía muy joven, se casó con Kazumi Takahashi, compañero universitario y comprometido militante del movimiento estudiantil, que compartía con ella su pasión por las letras. Poco después de contraer matrimonio, en 1958, Takako Takahashi, que por entonces contaba veintiséis años, se doctora con una tesis sobre François Mauriac, escritor francés galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1952.

La joven pareja se trasladó a Osaka, ciudad donde residió entre los años 1958 y 1965. Según narra en sus escritos, tanto biográficos como de ficción, Takako Takahashi no terminó de adaptarse a la vida en esta ciudad, pues nunca se sintió cómoda ante las exigencias y convenciones sociales que se le exigían. La experiencia, no obstante, nutriría sus relatos, en los que se ven plasmadas sus impresiones.

Mediada la década de los años sesenta, el matrimonio Takahashi se mudó a Kamakura, al abrigo del éxito profesional de Kazumi, profesor en la Universidad de Meiji de Tokio, lo que permitió a Takako, reticente a quedar relegada a un papel secundario a la sombra de su marido, dedicarse más a su producción literaria. Sin embargo, cuando en 1967 su marido obtuvo un puesto como profesor en la Universidad de Kioto, no lo siguió y Takako permaneció en Kamakura. Dos años más tarde, Kazumi, aquejado de cáncer de colon, regresaría de nuevo a Kamakura, donde sería atendido por Takako hasta su muerte.

Sería precisamente el prematuro fallecimiento de su marido en 1971, a los treinta y nueve años, lo que permitió a Takako desplegar sus alas literarias y emprender una brillante y prolífica trayectoria como traductora de francés, ensayista y autora de relatos cortos y novelas, labor que no tardó en ser reconocida. Entre otras distinciones, en 1973 le fue concedido el Premio Toshiko Tamura por Sora no hate made, mientras que por Yuwakusha le valió el Premio Izumi Kyoka. En 1977 fue galardona con el Premio de Literatura Escrita por una Mujer (Joryū Bungaku Shō) por Mujeres solas, título que nos ocupa y con el que esta prolífica escritora llega a nuestro país. Aproximadamente una década después, en 1985, también se hizo merecedora del Premio Kawabata de relatos cortos. En las obras de Takako Takahashi será habitual encontrar mujeres que, como ella, luchan contra las convenciones sociales que constriñen su libertad, que luchan contra su soledad, contra el corsé impuesto por un entorno que penaliza lo distinto, lo que sobresale, lo que se aparta de la ortodoxia.

Precisamente, esta incomodidad, este desasosiego que sentía dentro de la sociedad japonesa que la vio nacer será uno de los motivos que condujo a Takako Takahashi a buscar solaz espiritual en el catolicismo, religión a la que se convirtió en 1975. Cinco años más tarde, se trasladó a vivir a París y en 1985 tomó los hábitos. Pese a todo, el desencanto que sufrió en esta comunidad la condujo de vuelta a Japón, donde ingresó en un convento carmelita. Con todo, su estancia en él sería breve, pues la severidad de la orden y la enfermedad de su madre la obligaron a regresar a Kioto.

La obra

Cinco mujeres nos revelan sus más íntimos pensamientos y su vacío existencial en los cinco relatos de Takako Takahashi que componen su Mujeres solas, un extraordinario compilatorio de fracasos vitales, de sentimientos de abandono, de inadaptación, de quemazón interior, de zozobra y opresión. Las vidas de estas cinco mujeres se entrelazan sutilmente entre sí, como si de finas hebras de seda se tratara, para componer un tapiz coral tejido con los diversos tonos de gris de su sufrimiento.

En Mujer solitaria, Sakiko, apática hasta el hastío, termina por obsesionarse con el pirómano que, en plena sequía, se dedica a delinquir prendiendo fuego a varios colegios. Su obcecación incluso la conduce a identificarse con el delincuente, al que supone mujer y cuyas acciones se han convertido en la comidilla del barrio, en donde se espera que vuelva a actuar. Sin embargo, la recalcitrante soledad de Sakiko, que se entretiene plantando a los hombres en sus citas, no es la única que puebla su barrio, pues en segundo plano se nos presenta también su anciana vecina, una mujer elegante que viste en kimono y que también pasa los días deambulando por las calles adyacentes en busca de conversación.

Lonely woman, ronrii ûman, mujer solitaria, mujer sola. Ése era el nombre de la mujer imaginaria, la autora del incendio provocado.

Yoko, la protagonista de Augurio, hace poco que enviudó tras la muerte inesperada de su marido en un accidente de tráfico. Su feliz y fugaz matrimonio había durado apenas tres años. El dolor de la pérdida se ve acrecentado por una sucesión de extraños sueños, que siembran en Yoko la semilla de la duda sobre el espejismo de su idílica relación conyugal, al intensificar en ella la amarga sospecha de que su marido le fue infiel. El lacerante abandono la conducirá a implantar en su corazón la necesidad de averiguar la verdad, pero ¿cómo quedar libre del sufrimiento que atenaza su espíritu?

Resultaba doloroso ser cautiva de un sueño, era una sensación agobiante, y Yoko pensó que era así como se sentían, día y noche, las personas que padecían una enfermedad mental. Bajo su influjo, su propia vida se convertía en algo débil y banal, mientras que la vida del sueño, a pesar de ser mera fantasía, cobraba una vitalidad deslumbrante.

Fuegos fatuos nos presenta a Ichiko, que trabaja desde hace cuatro años como dependienta en unos grandes almacenes. La joven, que se siente engullida por la turba del gentío que allí se agolpa, por la marabunta de gente que la envuelve en la calle, vive con el temor constante a que alguien la señale para transformarla en este clavo que sobresale del resto, como si tener identidad propia la convirtiera en una paria. Un día, otra desarraigada se cruza en la cotidianidad de Ichiko: una jovenzuela ladrona de aspecto desaliñado que desplegará todas sus dotes de seducción.

Fingía, trataba de actuar como si fuera una más de la corriente de gente que pasaba a su lado, intentaba imitar a los demás, andar como todas las personas que habían perdido sus rostros y sus nombres.

La estabilidad del mundo de Haruyo comienza a resquebrajarse cuando un amante de su pasado se cuela de súbito en el presente. Puente colgante, el cuarto de los relatos, es la metáfora del azoramiento y las dudas que perturban a Haruyo, que siente vértigo sobre el abismo que acaba de abrirse a sus pies. Y, así, su matrimonio termina por tambalearse al planear sobre la pareja la presencia del antiguo amante, quien, pese a la frialdad y el desprecio que le profesó a Haruyo años atrás, también supo llevarla por la senda de la más ardiente pasión. Cabría añadir que, de todos los que componen Mujeres solas, quizá sea este relato el más inquietante de los cinco.

Existe un elemento denominado pasión que, al tocarlo, conduce irremediablemente a la autodestrucción.

Concluye esta obra coral Lazos enigmáticos, cuya protagonista, Ruriko, una mujer ya de cierta edad, durante toda su vida ha sido perseguida por la muerte a través de conocidos y suicidas y hoy se siente atrapada entre los colosos de cemento, deshumanizado y opresor entorno impuesto por lo que ha dado en llamarse modernidad. Ruriko, además, también oculta una obsesión: se ha pasado media vida buscando a un desconocido con el que coincidió varias décadas atrás, en su huida desde el continente tras la guerra. La casualidad pondrá en su mano, al fin, la oportunidad de encontrar su redención.

Cuando contemplaba su vida de forma retrospectiva, Ruriko veía su trayectoria semejante a la trama de venas y conductos que mostraban las ilustraciones de anatomía del cuerpo humano; la sangre señalaba el discurrir de sus pasos. Si hubiese sido una mujer normal, habría recorrido un camino único con leves curvas, pero ella había trazado un larguísimo camino en in permanente zigzag.

Se cierra así el círculo narrativo compuesto por las perlas que sabiamente ha ido engarzando entre sí Takako Takahashi con un estilo narrativo propio, ora sinestésico y onírico, ora desgarrador y cruel, mediante el que nos sumerge en cinco constelaciones femeninas que buscan escapar de su prisión y alcanzar la libertad.

 

 

 

Mujeres solas

Autora: Takako Takahashi

Traductores: Kaoru Togaki y Suso Mourelo

Editorial: Hermida Editores

Año: 1977 (JP), 2022 (ES)

Formato: Papel, ebook

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