Primer capítulo de la novela corta ‘Cien mil sakuras’, relato histórico inspirado en hechos reales sobre la obsesión oculta de Toyotomi Hidetsugu, histórico regente de Japón en la era Sengoku. Recién asignado a una impresionante fortaleza, Hidetsugu descubrirá un secreto que le llevará a la más absoluta fascinación.
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I
— No encuentro palabras de gratitud suficientes, señor. Es para mí el máximo de los honores dirigir una fortaleza tan trascendental— afirmó Hidetsugu con la frente tocando el tatami, verdaderamente conmovido.
Ser uno de los escasos parientes de Toyotomi Hideyoshi era sin duda una responsabilidad considerable, en especial para Hidetsugu, que se estaba convirtiendo en su aliado de máxima confianza. La asignación del castillo de Kiyosu había sido probablemente la atribución más importante que había recibido jamás. Era una fortificación impresionante, emplazada en un punto estratégico en la provincia de Owari, en pleno centro geográfico de Japón. La imaginación de Hidetsugu le proyectaba como un señor imponente, listo para tomar las riendas del país cuando Hideyoshi le fuera cediendo el poder: era cuestión de tiempo. E, incluso en el peor de los casos, nada le impedía tomar la iniciativa militar para expandir aún más su territorio, que crecía paulatinamente. Hidetsugu siempre había sido calculador y nunca dejaba ninguna posibilidad fuera de sus previsiones, razón por la cual Hideyoshi le concedió un alto estatus. Su historial como general había tenido claros altibajos, aunque se demostró excelente administrador y estratega. Era perfectamente consciente de que el imperio Toyotomi era dominante en Japón: sólo hacía falta saber colocar las piezas adecuadas en el momento preciso para construir el puzzle que le llevase al poder.
Decidido a instalarse en su nueva fortaleza, esa misma noche resolvió trasladar su centro de mando al amanecer. El invierno tocaba a su fin, y eso habitualmente significa el comienzo de nuevos conflictos, así que consideró oportuno no perder más tiempo. Hideyoshi aprobó su decisión, asignándole una partida de 2000 arqueros y 500 espadachines para proteger el castillo y sus alrededores. Emocionado ante su nueva posición, esa noche apenas pudo dormir, pensando constantemente en cómo le había sonreído la fortuna. Pasó hasta más de medianoche contemplando la luna. Su brillo plateado le emocionaba en los días favorables, mientras que le calentaba el corazón en los momentos de infortunio.
Mientras traspasaba cabalgando a la frontera de Owari, observó con atención la topografía del lugar: se trataba de una región muy forestal. Trató de visualizarla en la época de floración; le pareció reconocer algunas especies entre la vegetación.
— Yuusuke, ¿es Owari rica en cerezos?
— Así es, señor. Hay un dicho local que dice «cuando llegan los sakuras, huyen los espíritus». De hecho, se considera un buen presagio dar a luz bajo la arboleda de cerezos en flor —afirmó el consejero. Hidetsugu sabía que su familia materna tenía raíces en la zona.
— ¿Ocurrió así en tu nacimiento?
— Efectivamente, Kiyosu-dono. Tratar de concebir en primavera es muy habitual en estas tierras. Asimismo, es la época preferida para emprender buenos negocios o contraer matrimonio. Se cree que el baño en los pétalos rosas permite empezar toda empresa con buen pie.
Hidetsugu escuchaba a Yuusuke con absoluta admiración. Siempre había apreciado la belleza de la naturaleza, aunque por diferentes motivos, jamás había podido dedicarse a la contemplación de la misma tanto como habría deseado. Ahora que podía llevar una vida más desahogada y con mayor control sobre sus asuntos desde el castillo, pensó que podría ser una buena oportunidad para resarcirse en estos elevados placeres. Mientras conversaba con Yuusuke, ordenó bajar el ritmo de la marcha para disfrutar más tranquilamente del viaje hasta la llegada a Kiyosu.
Quedaban menos de diez días para que los cerezos comenzasen a florecer. Hidetsugu había trabajado a destajo para arreglar todos los asuntos pendientes del castillo y gestionar sus tropas. Se habían construido seis torres alrededor de sus dominios y casi todos sus vasallos ya contaban con una vivienda confortable. El estipendio que recibía de parte de Hideyoshi era algo escaso, pensaba él, pero consideró que no era buena idea pedirle una ampliación todavía. Todas las mañanas se despertaba disfrutando de las vistas que ofrecían sus dependencias en la parte sur del castillo, orientadas al bosque de cerezos. Observaba con concentración el paisaje, esperando ver un guiño rosa entre el follaje.
El primer día del cuarto mes el color inundó los alrededores de Kiyosu. Las gentes se agolpaban en los alrededores del monte, atraídos de tan majestuoso fenómeno de la naturaleza. Sentado frente la ventana, Hidetsugu observó cautivado cómo los pétalos aún tiernos adornaban sus espléndidos dominios. Ordenó que le prepararan un té y permaneció sentado toda la mañana, en silencio. Yuusuke, así como otros vasallos, comentaron con fascinación la conducta de su señor.
— Lleva todo el día en su salón de estar. Jamás he visto a Kiyosu-dono tan emocionado.
— Es un momento afortunado para el señor.
Hidetsugu no comió durante todo el día. Cuando comenzó a anochecer, ordenó una cena para compartir con sus vasallos más cercanos. Comieron y bebieron en los jardines del castillo hasta bien entrada la noche, celebrando la ocasión frente a la nueva estampa primaveral. Tras el generoso banquete, Hidetsugu solicitó a Yuusuke acudir a su salón de estar. El consejero encontró a su señor en la misma posición en la que pasó todo el día.
— Pienso que deberíamos invitar a mi tío a compartir el hanami con nosotros. Por favor, envía esta noche un mensajero con una oferta para visitarnos. Me encargaré de que arreglen la habitación de invitados para su estancia —sentenció. Era conocida la atracción de Hideyoshi por el arte y la poesía, así que podría ser un agradable encuentro. También aprovecharía para mostrarle las espléndidas condiciones en las que había quedado el castillo.
La floración del cerezo es un fenómeno tan bello como efímero. Durante los primeros días, Hidetsugu disfrutó del paisaje desde el castillo, pero pronto sintió que necesitaba más. Un día de madrugada mandó llamar a Yuusuke.
— Me gustaría poder despertar con los pétalos del cerezo cayendo sobre mi ventana. Como quedan apenas tres o cuatro días esta temporada, es necesario darse prisa. Por favor, pide una recompensa de 100 koku para el vasallo que encuentre el cerezo más alto de los alrededores. Lo trasplantaremos al jardín del castillo, enfrente de mi dormitorio.
— Así lo haré, señor— aseguró Yuusuke, tratando de ocultar la sorpresa que le causó la decisión.
Durante todo el día, cientos de personas recorrieron varios kilómetros a la redonda, tratando de identificar el árbol más grande de los bosques. Sorprendidos y estupefactos a partes iguales, todos querían agradar a su señor y recibir la cuantiosa recompensa. Se debatieron por los métodos para garantizar la longitud de las ramas de cada cerezo: algunos llevaban cuerdas, otros medían la sombra y los más ágiles trataban de escalar a un punto elevado para alcanzar a ver aquel más cercano al cielo. Se acordó reunir a los interesados al final del día para mostrar los ejemplares más aptos a su señor, que quería supervisar la operación personalmente. Sus exigencias eran contundentes.
— Éste de aquí es realmente imponente, pero carece de un florecimiento llamativo— afirmó mientras se rascaba la barbilla.
— Me gustan los de esa colina, pero trasplantar alguno de ellos perturbaría seriamente la armonía del conjunto— aseveró con rotundidad.
— Aquel me parece una interesante elección. Pero si observáis con atención, hay muchos nidos situados en su copa. ¡Despojar a tantos pajarillos de su hogar es intolerable!— se enfureció.
Comenzaba a reinar la pesadumbre entre los asistentes ante la obstinación de su señor. Poco tiempo después, acudió una joven que aseguraba haber encontrado el cerezo más grande y más bello que jamás había visto. Cuando Hidetsugu llegó a su ubicación, quedó totalmente asombrado.
— Siento que este cerezo es el que estaba buscando. Irradia naturaleza por cada uno de sus tallos. Decidido, no necesito buscar más; la joven ha demostrado una sensibilidad extraordinaria con este hallazgo— profirió, y le premió con 200 koku.
Al día siguiente se puso en marcha un impresionante equipo para trasplantar el cerezo y trasladarlo a los jardines del castillo. Por momentos, la operación parecía impracticable. El árbol pesaba varias toneladas y sus raíces estaban ancladas varios metros bajo el suelo. Se dedicaron a la tarea algunos de los hombres más fuertes del ejército y se construyeron pasarelas exclusivamente para poder mover el cerezo hasta los terrenos donde debía plantarse. Hidetsugu estuvo observando con detenimiento todo el proceso, dando órdenes a los trabajadores para minimizar los desperfectos en el cerezo. Tras más de 18 horas consecutivas de trabajo y casi 8 kilómetros recorridos, el árbol finalmente llegó a su nueva ubicación. Hidetsugu no durmió esa noche, demasiado alterado por los sucesivos contratiempos que surgían. Se procedió al trasplante excavando con cuidado alrededor del castillo para no resentir los edificios de alrededor. Se abonó la tierra, colocando un delicado manto de piedras alrededor del tronco, en armonía con el resto de la estancia. Exhaustos, los vasallos dedicados a la inédita obra finalizaron con éxito.
Cuando despertó a la mañana siguiente, el señor del castillo de Kiyosu pudo por fin ver su deseo realizado. El impresionante cerezo arrojaba sus pétalos sobre el alféizar de su ventana del castillo, una visión privilegiada que le aceleraba el corazón. La sensación no pudo resultarle más satisfactoria: despertar de esta manera fue verdaderamente agradable, y deseaba dedicarse a contemplar esa maravilla durante toda la jornada. Sin embargo, a los pocos minutos, Yuusuke llamó a su puerta.
— Kiyosu-dono, el gran señor Toyotomi ha contestado a su invitación. Dice que vendrá esta misma tarde, ya que ha emprendido la marcha hacia Odawara para asediar el castillo, y su ruta pasa cerca de aquí. Ha exigido encontrar todo preparado para que usted le acompañe a la batalla mañana por la mañana.
Una idea sobre “Cien mil sakuras – Capítulo 1”