Pensamiento japonés

Pensamientos desde mi cabaña: reflexiones desde la soledad

Errata Naturae nos presenta una bellísima edición del que es considerado uno de los mayores exponentes del género ensayístico (zuihitsu) de la literatura clásica japonesa: Pensamientos desde mi cabaña (Hôjôki), de Kamo no Chômei, quien desde la reclusión de su humilde morada nos legaría esta breve pero intensa introspección de profundo sentir budista.

Kamo no Chômei (ca. 1155-1216) vino al mundo en una época convulsa que presenció no solo catástrofes naturales, sino también el fin de la época Heian (794-1185), de preeminencia cortesana, y el traslado del eje de poder a la casta samurái, que asumiría a partir de entonces las riendas del país bajo el gobierno del bakufu. No en vano, la caída del clan Taira tras la batalla de Dan-no-Ura traería como consecuencia el comienzo del shogunato Kamakura (1192-1333) con la asunción del poder de facto por Minamoto no Yoritomo y su clan tras el previo período de guerras civiles.

No sabemos de dónde vienen ni adónde van los hombres, tan solo que nacen para morir.

Nacido en el seno de una familia aristocrática de modesto rango vinculada al servicio del santuario Kamo, en donde su padre ejercía como negi (sacerdote administrador del culto), Kamo no Chômei destacó como músico portentoso con la biwa y el koto y brillante poeta, como bien lo demuestra su pertenencia a la Oficina Imperial de Poesía y la inclusión de diez de sus poemas en la antología Shin kokin[waka] shû. Sin embargo, a pesar de su talento y consideración en la corte, donde gozaba de la protección del emperador retirado Go-Toba, Chômei decidió retirarse de la vida cortesana y tomar los votos.

El fluir del río es incesante, pero su agua nunca es la misma. Las burbujas que flotan en un remanso, ora se desvanecen, ora se forman, pero no por mucho tiempo. Así también en este mundo son los hombres y sus moradas.

No queda claro a ciencia cierta cuál fue el detonante que empujó a Chômei a retirarse del mundanal ruido y abrazar la vía del ascetismo, aunque todo apunta a que fue una concatenación de desgracias e infortunios los que lo impulsaron a dejar atrás posesiones, cargos y familia. Entre estos desdichados avatares, destaca como motivo determinante el serle arrebatado por otro candidato con mayores influencias un cargo como sacerdote sintoísta en el mismo santuario en que sirvió su padre, fallecido siendo Chômei todavía muy joven. De nada sirvió el cargo que el emperador Go-Toba creó expresamente para el poeta al recalificar un santuario y adscribirlo al de Kamo: la desilusión y el desencanto pesaron hasta el extremo de impulsar a Chômei a tomar los hábitos, cambiar su nombre por el de Ren’in y adoptar una vida de eremita.

Al fin y al cabo, no tenía mujer ni hijo, ninguna familia que añorar. Tampoco tenía rango ni ingresos, de modo que ¿para qué apegarme al mundo? Falto, en última instancia, hasta de realidad, me retiré a una ladera del monte Ôhara, haciendo de las nubes mi almohada.

Es en este contexto donde se enmarca Pensamientos desde mi cabaña, brevísimo ensayo con tintes autobiográficos cuyas escasas treinta y cinco páginas están imbuidas de budismo en cada una de sus líneas. Con una prosa sencilla y delicada, Chômei nos invita a reflexionar sobre la transitoriedad de la vida, sobre la brevedad de la existencia y sobre lo efímero de nuestro paso por el mundo: ese sentimiento de mujô que viene a encarnar la mutabilidad, la fugacidad del mundo, tan palpable en la época en que vivió el autor, testigo de la transición hacia una nueva era en que la casta guerrera tomará protagonismo por encima de la aristocracia cortesana. Chômei, no obstante, aunque ofrece pinceladas de los cambios contemporáneos, no los critica, más bien toma distancia y se centra en la descripción de otro tipo de desgracias naturales que asolan la capital en su época y se aísla en la soledad de su retiro. El tránsito comienza cuando, cumplidos los treinta, abandona la mansión familiar heredada de su abuela y se retira a una sencilla vivienda, si bien será al llegar a la cincuentena cuando tome los hábitos y se instale primero en Ôhara y posteriormente en Hino.

Reconstrucción de la cabaña de Kamo no Chômei, en el santuario Shimogamo.

Su vida de eremita se convierte también en un viaje interior del que es metáfora su morada, que progresivamente irá menguando de tamaño —hasta quedar reducida a un habitáculo de apenas tres metros de lado— a medida que Chômei avance en su desprendimiento del mundo, que, pese a todo, no será completo y presentará contradicciones. Así lo reconoce el propio autor hacia el final de su Hôjôki, pues, pese a su frugal existencia de eremita, jamás abandonó el cultivo de la poesía y la música, hasta el punto de desear ser enterrado junto al plectro que el emperador Go-Toba le regalara grabado con el intercambio de poemas entre ambos. Contradicciones, pues, que reflejan como en un espejo la condición humana del monje que, desde el destierro voluntario en su humilde choza y la austeridad con que vive el devenir de sus días, buscó un acercamiento a las enseñanzas de Buda y a la naturaleza, a la que nos traslada con limpidez fotográfica, diafanidad sinestésica y sutiles referencias poéticas que inundan los sentidos del lector y sobrecogen el corazón.

La belleza de un paisaje no tiene dueño, de modo que cualquiera puede obtener consuelo con su contemplación.

Por último, deseamos también destacar el gran acierto de la editorial al acompañar el ensayo de Chômei con otros estudios que ayudan a comprender y contextualizar la figura del autor y de su obra, no solo ensayística, sino también poética. Se trata de un postfacio a cargo de la prestigiosa especialista en literatura japonesa Jacqueline Pigeot, así como un estudio de Tamamura Kyo, académico vinculado a la Universidad de Tokio. Todo ello, precedido por el prólogo firmado por el genio de Natsume Sôseki, broche de oro para la edición de Errata Naturae.

En primavera, las glicinias, rizándose como olas, florecen en el oeste como la sagrada nube púrpura que acompaña a Amida. En verano, escucho el canto de los cucos, y les suplico que me prometan servirme de guías en el supremo paso montañoso de la muerte. En otoño, las voces de las cigarras vespertinas me llenan el oído, como despreciando la efímera cáscara de este mundo. Y, en invierno, contemplo la nieve que se acumula como nuestras faltas y se derrite como una expiación.

Kamo no Chômei retratado por Kikuchi Yôsai.

Pensamientos desde mi cabaña

Autor: Kamo no Chômei

Editorial: Errata Naturae

Género: Ensayo

Año: 2018

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