Este mes de agosto se han cumplido 72 años del triste e inolvidable suceso que finalizó el conflicto entre EEUU y Japón en la Segunda Guerra Mundial. La primera bomba atómica arrasó la célebre ciudad de Hiroshima el día 6, mientras que el día 9 la destrucción cayó sobre la ciudad de Nagasaki. Este lamentable evento ha marcado con severidad muchas facetas de la realidad japonesa, siendo una de ellas el manga.
El manga es un representante de su época, al igual que otras artes, y durante diferentes épocas ha reflejado inequívocamente la percepción que los japoneses comparten sobre guerra en general y las bombas atómicas en particular. El maravilloso ensayo ‘The atomic bomb: reflections in japanese manga and anime’, del filósofo Frank Robert Fuller (doctorado por la Clark Atlanta University) se hace un análisis a distintos niveles de este fenómeno, cuya trascendencia va implícita en la autenticidad del cómic japonés que ha conquistado el mundo.
Es importante comprender que las bombas sólo son la punta del iceberg, y que detrás del trauma colectivo que debieron superar los japoneses también se incluye la aceptación de cierto estatus de inferioridad -casi inadmisible para la mentalidad nacionalista de principios del siglo XX-; la subyugación a una potencia como los Estados Unidos, que directa o indirectamente pone en cuestión la identidad cultural tan endogámica que se cultivaba a sí misma desde hacía siglos; y sobre todo -y como síntoma más visible hoy en día- el levantamiento de un rígido orden social cuyo objetivo inamovible es recuperar la superioridad.
Pero los traumas normalmente no se superan, y lo que empieza pareciendo una vía de escape, como lo fue el manga para amortiguar el dolor y concienciar de los errores imperdonables, con los años se integra en la conducta y se convierte en hábito. De ahí, que la profundidad moral o política que encontramos hoy en un gran número de mangas tienen su raíz en ese lamento ininterrumpido del país que tuvo que pasar por la mayor crisis de su historia reciente. El lamento no es sólo un rechazo a las bombas o a la guerra, sino a todo lo que vino con ellas: la tecnología, el colonialismo y el daño al medio ambiente.
El caso japonés, que no fue el único gran perdedor de la guerra, es particularmente interesante por su habilidad para transformar la destrucción y la desesperanza en una nueva oportunidad para volver a levantarse y volverse más fuerte. Este espíritu ha llegado al pincel del atemporal Osamu Tezuka, que de manera indiscutible ha asentado las bases del manga actual. Por mera transitividad, los temas que trataba en sus obras y la manera de enfocarlos que empleaba, influenciados por la época que le tocó vivir han ayudado a definir una industria del ocio que hoy en día supone un movimiento artístico sin precedentes.
Pero Tezuka también puso la carne en el asador, y por eso es recordado. El mangaka se atrevió a tratar temas peliagudos a través de sus viñetas, poniendo en tela de juicio la tecnología y la deshumanización que conlleva. En Astro-Boy podemos respirar la frustración por la invasión norteamericana, que humilló y avergonzó a sus gentes. La temática posapocalíptica -cuya inspiración más directa encontramos en el día después de la explosión en Hiroshima y Nagasaki- ha colonizado el manga desde que Tezuka publicase Astro-Boy, y su búsqueda de la esperanza la encuentra en gran medida gracias a los robots, potenciales aliados de la humanidad pero también peligrosas armas que hay que controlar.
Como no podía ser de otra manera, Studio Ghibli también es un exponente del manga más célebre, y del mismo modo podemos encontrar en sus películas muchas de estas influencias. En ‘La princesa Mononoke’ vemos una escena que rememora con especial dramatismo la destrucción y devastación de la explosión nuclear a través de la maldición acaecida en el bosque. La guerra también es un tema recurrente en las películas del estudio, y el ejemplo más explícito seguramente sea ‘La tumba de las luciérnagas’, un canto contra la guerra en el que dos niños sobreviven a las calamidades de la destrucción militar.
Las películas de Ghibli siempre dibujan un mosaico de tonos grises en sus personajes; lejos de establecer el patrón maniqueo del cine norteamericano, el dolor se ha convertido en una vía para reflexionar y relativizar si realmente hay buenos y malos, aunque siempre encontramos entre esa maraña a un ser puro y de alma incorruptible, que debe inspirar al futuro. Un futuro más luminoso y donde aprendemos de nuestros errores.
Una idea sobre “Cómo la bomba atómica influyó en el manga”