Pensamiento japonés

La última erupción del Monte Fuji

Se trata, con toda seguridad, del accidente natural más majestuoso de Japón. El Monte Fuji otorga una personalidad sin igual a la geografía que le rodea. Todo habitante a su alrededor lo observa con una mezcla de respeto y admiración, tal y como retratara el gran maestro Hokusai en sus grabados. El Fuji es un volcán que podría entrar en erupción en cualquier momento, y los japoneses lo saben. Pero hace ya muchos años que no hace gala de su poderío.

Cuando la era Edo engalanaba a un Japón de paz y estabilidad, la naturaleza era objeto de contemplación absoluta, como lo eran las flores de cerezo, el reflejo de la luna en el mar o el canto de los pajarillos. Por eso, el impacto emocional que ocasionó la salvaje erupción del monte Fuji no tuvo precedentes. El 26 de octubre de 1707, un brutal terremoto devastó Honshu, la isla principal. Era sólo un aviso de lo que estaba por venir. Apenas dos meses después, el 16 de diciembre, el gigante volcánico entró en actividad. Comenzó la erupción del Monte Fuji.

Grabado del desastre producido por la erupción. Hokusai, «Cien vistas del Monte Fuji».

La violencia del suceso fue documentada por hombres de ciencias, pero también de artes. El Fuji escupió cenizas y polvo volcánico con una fuerza desorbitada, destruyendo 72 hogares y 3 templos budistas de los alrededores más próximos; de menor gravedad fueron los efectos que sufrieron las regiones más alejadas, incluida la propia capital, Edo. A pesar de encontrarse a 100 kilómetros del volcán, la invasión atmosférica fue tal que la gente no salía a la calle sin una antorcha: no se veía nada. Aunque no murió apenas gente en el acto, sí que afectó a la salud de muchos, de los cuales algunos perdieron la vida a posteriori.

Las últimas expulsiones de material volcánico tuvieron lugar casi dos semanas después. Pero el desastre no terminó ahí. El año siguiente, a causa de la sedimentación volcánica, el río Sakawa se desbordó, causando importantes inundaciones. Al mismo tiempo, en la meseta Ashigara cayó una fuerte tromba de agua que arrastró buena parte de la ceniza depositada allí, causando una nueva avalancha.

A día de hoy, Japón está razonablemente preparado para los desastres naturales. Sin embargo, ya hace más de tres siglos desde la última erupción y, como es lógico, no se imparte la misma seguridad que frente a los habituales terremotos. A menudo se anuncian predicciones de una nueva erupción, que por ahora han resultado equivocadas. Pero es un hecho que algún día, el Fuji volverá a silbar.

Grabado coloreado del Fuji. Hokusai, «Cien vistas del Monte Fuji»

 

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