Furari. Aprendiendo a apreciar lo cotidiano

Atendiendo a la enorme cantidad de cambios que sufre la sociedad es a veces muy difícil interpretar cómo ha afectado la vida moderna a la relación del individuo con su entorno más inmediato: las calles, los parques, los bosques que hay en los alrededores de su hogar. Nuestro mundo exterior más cercano ha dejado de ser un lugar familiar, para relajarse y compartir momentos de distensión con los demás, para convertirse en un lugar de paso. ¿Cuándo fue la última vez que salimos a caminar por nuestro barrio? ¿Disfrutamos de las grandes ciudades por los colores, los aromas y el ambiente que nos proporcionan, o son solo un conjunto de aceras y calles que hay que transitar para alcanzar nuestro trabajo o el restaurante en el que vamos a cenar?

Furari es un ejercicio de regresión social y temporal hacia el Japón samurái, pero no para enseñarnos historia, hablarnos de hazañas heroicas ni cultura exótica, sino para demostrarnos cómo se puede disfrutar lo cotidiano, lo sencillo; la exaltación la naturaleza, la familia y los placeres pequeños que tenemos al alcance de nuestras manos.

Lo bello y lo simple

Taniguchi viaja hasta la ciudad de Edo entre los siglos XVIII y XIX para ponernos en las geta de Inō Tadataka, importante personaje japonés por sus trabajos de cartografía a lo largo de todo Japón, concluyendo con el primer mapa moderno del País del Sol Naciente. Bajo el magistral pincel de Taniguchi, y como no podía ser de otra manera, Tadataka es un hombre que aprecia los detalles. A diario, emprende largas caminatas por la ciudad para mediar las distancias entre las calles, elaborando así un esbozo cada vez más afinado de la capital. Lejos de tomárselo como un trabajo, el apasionado caminante se impregna de la vida en la ciudad, los espectáculos callejeros, los puestos de comida… Encontramos aquí una semejanza clara con otros títulos del autor como El caminante o El gourmet solitario.

En sus largos paseos, el dedicado cartógrafo aprovecha sus momentos ociosos para contemplar a los animales y, como si de una ensoñación se tratara, ponerse en su lugar y ver lo que ellos ven. La desbordante imaginación del protagonista le permite conectar así con el mundo que le rodea de manera prodigiosa, una bellísima metáfora del amor por la naturaleza que se describe con elocuentes y divertidos momentos, con Tadataka en forma de ratón huyendo entre los arbustos o de pájaro observando la ciudad desde las nubes.

Un paseo por el Japón Tokugawa

El autor no desaprovecha la oportunidad de encontrarse en la maravillosa época Tokugawa para hacer breves pero deliciosas incursiones en los usos y costumbres tradicionales japoneses. Sumergirse en Furari es convertirse en samurái por un rato y absorber esa atmósfera japonesa tan única, casi mágica, en el que las artes florecen por cada rincón de la ciudad gracias a un histórico periodo de paz y prosperidad. Mención especial a la aparición en la obra del poeta Kobayashi Issa, uno de los compositores de haiku más reconocidos de la historia de las letras, cuya caracterización es sin duda el punto álgido del manga.

Hay sensaciones que no se pueden describir, y menos en un humilde artículo como este, sobre la emotividad que una obra como Furari puede despertar en el lector. Quizá las siguientes observaciones sean razonablemente subjetivas. Este manga tiene el poder de crear un sosiego particular, a través de su explícita falta de pretensiones y búsqueda de lo liviano y lo efímero. Esta descripción, que puede encajar en otras obras del autor, alcanza en Furari una categoría diferencial. Su temática, su ritmo pausado ritmo y la inclusión de todos aquellos elementos -de los cuales antes hemos mencionado algunos- tan excepcionales de la tradición japonesa, confeccionan una obra exquisita.


Furari

Autor: Jiro Taniguchi

Traducción: Víctor Illera Kanaya

Editorial: Ponent Mon

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