Pensamiento japonés

Autoreiji (Outrage). Una trilogía yakuza firmada por Takeshi Kitano

Las tres películas de la trilogía dirigida, guionizada y también protagonizada por Takeshi Kitano son un broche distintivo en su carrera cinematográfica. El multidisciplinar artista japonés define un ejercicio sólido y de intachable entretenimiento en lo que ha sido su principal foco de trabajo entre 2010 y 2017.

La razón por la que decidí hablar de las tres películas en un artículo conjunto, en lugar de dedicarle textos separados, es porque son de un carácter muy similar y presentan estructuras idénticas. Eso no significa que las peculiaridades de cada una deban perderse en el discurso, así que intentaré hacer un comentario suficientemente elaborado para plasmar la esencia de la trilogía sin dejarme por el camino los momentos brillantes que deja cada una.

Un yakuza experimentado

Desde que Kitano comenzase su currículum como director con ‘Violent Cop’ (1989) ya pudimos conocer su debilidad por el cine de yakuzas. Desde entonces ha llovido mucho, el japonés se ha visto envuelto en todo tipo de películas, series y programas de televisión y con ‘Outrage’ decidió sentarse, respirar hondo, y empezar a escribir con la experiencia de todos estos años para llevar a la gran pantalla su carácter.

Otomo, interpretado por Kitano, es un yakuza ‘de la vieja escuela’. No es un simple matón, no es un político, ni hace lo que hace por dinero, ni defiende los intereses de un clan. Su objetivo es él mismo, esto es, el respeto de su nombre y el pavor que causan sus «curiosos» métodos. Porque cuando algo se tuerce, Otomo no manda a sus secuaces para solucionarlo ni trata de redirigir el problema hacia otros; coge la pistola y se presta a aclarar el problema por sus propios medios, haciendo gala de una violencia salvaje a la altura del sadismo más agrio. Sus métodos son efectivos porque es inteligente para vislumbrar cuál es la siguiente pieza del tablero que debe amedrentar o eliminar para que sus planes se ejecuten como desea.

Él es el único personaje que mantiene un rol importante en las tres películas, mientras que los demás se acercan y se alejan del foco argumental. Eso no significa que no haya papeles memorables, como el de Toshiyuki Nishida en el papel del impertérrito Nishino o el fabuloso Fumiyo Kohinata interpretando al policía corrupto que interviene con asiduidad en las disputas entre clanes yakuza. Ellos y otros tantos (el reparto es verdaderamente extenso) dan la solidez necesaria al entramado del crimen organizado que surge de la inventiva de Kitano.

Un guión de muchos focos

A grandes rasgos, el argumento de la trilogía se fundamenta en tres clanes yakuza que se ven enfrentados entre sí, y casi siempre por el mismo detonante: una pequeña disputa accidental. Los Sanno Kai, centrales en el primer filme, son una organización criminal típica con negocios turbios por aquí y por allá en la que los problemas surgen, a menudo, demasiado lejos del jefe del clan. En consecuencia, toda una serie de tropiezos, chantajes y venganzas van acabando poco a poco con los principales cabecillas, cuya hambre de poder les empuja a ir más allá de sus capacidades. Pronto la sangre llega al río y son los líderes de los clanes quienes responden ante el desmadre de sus esbirros.

Y es que un tema común de estas películas es precisamente la fragilidad de las alianzas entre diferentes familias del crimen. Cualquier cosa mal interpretada en el territorio equivocado puede llevar a un miembro respetado a tener que pedir disculpas cortándose un dedo delante de los presentes en ese mismo momento, cuando no algo peor. Los métodos del sindicato del crimen japonés no son sangrientos de manera gratuita, solo como reacción a una falta de respeto o de honor. El honor, ese valor que se arrastra desde la época samurái, toma formas muy diferentes y siempre bajo la lectura interesada del que puede aparentar más poder.

En la segunda película (Beyond Outrage, Autoreiji Biyondo) toma más relevancia el clan Hanabishi, afincado en Osaka y que mantiene una relación complicada con los Sanno Kai. Tras el brillante final del primer filme, Otomo vuelve a ser un personaje relevante que infunde respeto, y los Hanabishi se muestran interesados en sus temerarios métodos. En un momento de incertidumbre, en el que es difícil dilucidar cuál de los dos clanes yakuza puede absorber al otro, el rol de Kataoka, el policía corrupto, deja algunas de las mejores escenas de la trilogía. Su intención, lejos de ser un agente doble, es la de mantener su posición y hacer parecer que su trabajo como agente de la ley es eficaz a ojos de sus superiores, al mismo tiempo que saca algo de tajada de los negocios ilícitos de la otra parte.

Conflictos de honor, luchas de poder

La segunda y tercera partes de la trilogía demuestran más valentía para enfocar conflictos complejos que evaden los tópicos, difuminando constantemente las líneas que separan las alianzas entre los personajes. El tercer clan en discordia, Chang, liderado por un coreano y con influencia en Corea del Sur, es de un talante totalmente diferente, más sofisticado y centrado en un negocio menos turbio: un imperio hotelero. Es por esa razón que el presidente del clan reniega que su organización sea «yakuza», pero sin embargo no tiene ánimos de detener a sus subordinados cuando su territorio es manchillado por los Hanabishi. Ya se sabe: el fin justifica los medios.

A lo largo de la trilogía asistimos a la caída de presidentes de clanes yakuza, momentos estelares en la filmografía de Kitano por su brillante ejecución y trabajo de fotografía. Si bien es cierto que, durante el progreso del argumento, al director parece que le entran las prisas por narrar los acontecimientos y evita posponer la violencia, en ocasiones también nos permite disfrutar de algunos detalles de cocción más lenta, más elegante. Junto a unos puntuales destellos de excelente fotografía, la inmersión en el mundo del crimen organizado japonés es más que satisfactoria.

Un ritmo rápido y poco reflexivo

Al hilo de lo anterior, los filmes cruzan con curiosa frecuencia características propias del cine japonés con el cine occidental, siendo lo más evidente esa tendencia a acelerar la acción y no dejar reposo para dejar hervir la tensión del ambiente. Sin embargo, las disputas y enfrentamientos destilan ese carácter tan japonés, siendo las «faltas de respeto» la principal causa del desaguisado y manteniendo un interesante estado de paz-guerra equilibrado entre los clanes enfrentados, que pueden encrudecer el conflicto o alcanzar la paz con las mismas probabilidades. Esto evoca un estado de atracción permanente en el espectador, rehuyendo la sensación de que toda la política no es una excusa para mostrar tiroteos.

El tercer filme, Outrage Coda (Autoreiji Saishūshō), a pesar de lo señalado anteriormente, sí acude con más frecuencia a las escenas de acción y rediseña lo establecido en las dos anteriores. Como culminación, sin embargo, tiene un sabor atípico. Ninguno de los personajes o clanes implicados está interesado ya en el poder absoluto, tal y como podríamos esperar de una película occidental de mafias. En este caso lo único que queda por saldar es la supervivencia y las ansias por recuperar el status quo. Si es que alguna vez lo hubo.

Esta es la película que más se atreve a introducir giros de guión y aprovechar la flexibilidad moral de los personajes para mostrar encrucijadas interesantes. Es difícil señalarla como la mejor de la trilogía porque el reparto es quizás el más flojo de las tres, y todo el argumento gira en torno a un conflicto que se complica de forma un poco absurda. Sin embargo, el largometraje es igualmente divertido y más efectista de lo habitual, que también es de agradecer.

El trabajo de Kitano con la trilogía Outrage es notable, y a menudo es valorado de manera equivocada al buscar más trascendencia de la que propone. Es un cine que intenta mantener un equilibrio entre el blockbuster entretenido y un filme distintivo de autor, y en consecuencia se mueve en un terreno pantanoso que no contenta completamente al crítico más distinguido ni al comentarista casual. A pesar de sus altibajos, deja momentos excelentes que demuestran la personalidad de Kitano y su capacidad para sintetizar cine satisfactorio.

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